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Compañia 1263, Santiago, Chile.

COMPAÑÍA 1263

De todos modos, la Historia tiene su importancia, porque nos permite interrumpir el tiempo. En realidad, lo que se interrumpe con el procedimiento son las series; más precisamente, la serie infinita; cualidad esta última que anula toda importancia que pudiera tener la interrupción.

-César Aira

 

Según alguna descripción del budismo zen, el satori es aquel momento donde pasado y futuro quedan suspendidos, anulados en la consumación de un presente único, un presente sin tiempo. No es un acontecimiento solemne sino la articulación espiritual de un vacío trascendente y fugaz al mismo tiempo. De alguna manera, la aspiración de este ejercicio de convivencia artística juega, sin quererlo, bajo premisas similares.

En cuatro días de verano, sujetando todo el pasado acumulado -más de 150 años de historia-, y todo el futuro por seguir, se decide acomodar un espacio de suspenso para asaltar, imaginar y actuar de manera autónoma en la arquitectura del lugar. La propuesta abierta a los diez artistas, que carecen de vínculos formales previos, habla de una intervención rápida, precisa, discreta; un affaire que coquetea con siglos de historia.

Todo ocurrió por un hecho casi fortuito. Hace unos meses atrás, gracias a una conversación espontánea, cobraba vida la posibilidad de montar esta isla en el tiempo dentro de los salones de estas dos casonas patrimoniales a punto de volver a la vida después de más de un lustro de trabajo de rehabilitación. Supervivientes al abandono y al derrumbe, el ex Club Fernández Concha y la Casa Goycolea volverían a abrir sus puertas para recibir gentes y gestos otra vez, para reacomodar los ruidos y las conversaciones que comenzaron un día de 1860, año de su inauguración. Entonces, ¿cómo marcar este rito de transición, un reestreno histórico?

Si la oportunidad hace lo posible, el trabajo de estos artistas ofrece ahora una relación inesperada con el lugar. No existe una forma de presentar colectivamente estas intervenciones, más que por su disparidad, por la forma personal de aproximarse a un edificio vacío y lleno de años. No hay deuda con el pasado ni proyección al futuro. Cada obra ha partido por reconocer la distancia irreductible con todos los misterios que guarda esta gran estructura patrimonial donde se puede imaginar episodios que alguna vez marcaron la vida del barrio, de la ciudad, del país. Los registros indican que en estos edificios se vivieron episodios contradictorios y trascendentes al mismo tiempo, de la vida política (fue sede del Partido Conservador) y de los movimientos feministas (albergó al Club de Señoras de Delia Matte). Quizás la historia es todo eso, una sucesión de alteraciones que reorganizan lo que tiene que suceder. Y en ese sentido, esta muestra viene a hacer historia, una burbuja sin precedentes que pasados unos días desaparecerá. Y así, todo lo que pudo ser, todas las decisiones que se tramaron en esta paredes seguirán repercutiendo en silencio, cercanas y lejanas a lo que vivimos. A veces el silencio y la oscuridad se parecen, a veces, una instalación vuelve a dar una vida insospechada a un lugar marcado por el tiempo. “Sería necesario”, escribía Roland Barthes, “que un día se hiciese la historia de nuestra propia oscuridad.” Esta intervención algo podrá contribuir.

Pedro Donoso, curador.